18 de julio de 2010

José Antonio Llera


Tuve el privilegio de que José Antonio fuese mi compañero cuando estudiábamos en la facultad. Recuerdo la admiración que me producía. Era el talento y la inteligencia en persona. Luego descubrí que también un poeta enorme.
Hasta el momento ha escrito tres magníficos poemarios. Si hasta ahora la crítica no le ha prestado la atención que merece se debe a que los dos primeros los ha publicado la Editora Regional de Extremadura, una editorial institucional con un catálogo muy digno pero con una distribución limitada. Confío en que el tercero (publicado por Luces de Gálibo) le permita llegar a los lectores atentos de poesía. La suya es de la mejor que se escribe en España.

Apunte biográfico

José Antonio Llera (Badajoz, 1971) es doctor en filología hispánica. Ha publicado tres monografías: El humor verbal y visual en La Codorniz (2003), El humor en la obra de Julio Camba (2004) y Los poemas de cementerio de Luis Cernuda (2006). Acaba de aparecer su edición del epistolario inédito de Miguel Mihura. Tiene en prensa una antología de la obra articulística de Wenceslao Fernández Flórez.
Como poeta ha publicado tres depuradísimos poemarios: Preludio a la inmersión, El monólogo de Homero (ambos publicados por la ERE) y El síndrome de Diógenes (Luces de Gálibo, 2009).


El síndrome de Diógenes

Acumulamos palabras sencillas que nadie entiende para calentarnos los pies que nos talaron. ¿En qué cubitera sin fondo vierto las ropas quemadas, el alcohol de las retinas?

(Ramón Gómez de la Serna padecía el síndrome, pero fue perdonado por los jerarcas con la excusa de que era un artista).

Si acumulas lo valioso se llama riqueza; si guardas lo inútil se apellida enfermedad. Otros amontonan orgullo y son aclamados y multiplican su hacienda.

Nos ayudamos de palas para cargar fotografías añejas, medallones, mandamientos decapitados, los víveres del difunto, los trajes medicinales de la novia. También el diccionario reúne palabras como un bien preciado. Alguien nos llevará a algún edificio de renta antigua y nos lavaremos en grandes tinajas con agua muy jabonosa.

Raparad en el suicida que lleva al contenedor las horas angulosas de la filatelia y el mendigo que hurga en la basura. Sus caminos se cruzan. Tal vez si se mirasen un segundo nadie se iría con el corazón en vela, todos comprenderían al fin la zoología del despojo, disimulada como la culpa de los confesionarios.

(Acumuló libros y le llamaron sabio. Acumuló obras de misericordia y le llamaron pío).

Llenaré los cajones con los pañuelos sucios, la lágrima que rechina, los espejos que no aguantaron la desnudez de un cuerpo y donaron su azogue a las pistolas, las voces roncas, la adarga de los humildes, verdades silicóticas, delaciones.

(Ella le dijo: «Estoy enamorada de lo falso. Por eso te abro la puerta y me entrego a ti sin escrúpulos, como una baratija»).

Las empresas que recogen muebles gratuitamente, el adolescente que sube un sillón de la basura al quinto y lo mancha de esperma. Sólo nos conmueve lo que no aspira a la permanencia: el verde desconchado de las rejas, el mosto derramado por las viudas.

¿Quién conoce un lugar más público que la basura?

No hay comentarios:

Publicar un comentario